More pills, please.
 junio 13, 2014 @ 20:59

Hoy creo que tengo ganas de escribir sobre esto, no sé, siento que es necesario pues nunca lo he hecho; realmente muy pocas personas saben lo que escribiré ahora. Si lo leen, es porque les pasé el link de esto y eso es igual a que sean sólo unos pocos y especiales.

Let's go.

Todo partió a los ocho con un padre nuevo en mi vida, aunque de padre tuvo muy poco. Llegó a mi casa en Junio de aquel año y con él llegaron todos mis problemas, aunque ahora pienso que éstos partieron mucho antes.

Con él llegaron los retos diarios, las reglas y los castigos. También llegaron, y sin previo aviso, los golpes, moretones y cremas para deshacerlos con mayor rapidez. Digamos que a los nueve ya tenía claro cómo ocultarlos con maquillaje para que no descubrieran nada en el colegio. ¿Cómo gritar por ayuda cuando te repetían hasta el cansancio que nadie escucharía a una estúpida niña de nueve años?

Aprendí a callar y a aceptarlo todo, sin rebatir nada. Era mejor vivir en silencio, que gritar y recibir más de lo mismo.

Llegé a los diez con un diagnosticado desorden alimentario. Digamos que siempre tuve kilos de más y era la clase de niña que vivía bajo la sombra de su esbelta madre, bajo los comentarios de tipo "¿Y ella es tu hija?" ¿No estará pasada en peso?"

Partí saltandome comidas, luego escondiendola y luego de frente vomitándola. El asco que sentía al verme al espejo era realmente impresionante y ya era casi adictivo correr al baño a vaciar mi estomago luego de cada comida importante. Tenía que ser perfecta, debía serlo para que el resto me quisiera.

Un pensamiento muy estúpido pero que en ese entonces, era mi billete de ida sin retorno al mundo de la aceptación popular.

Luego de la Bulimia, me hice amiga de la anorexia; digamos que hubiera sido un rotundo éxito si mi madre no se hubiera dado cuenta de lo que hacía y, luego de una corta terapia en el psiquiatra, una fuerte dosis de pastillas y una extrema dosis de golpes; entendí que no debía hacerlo.

Ese año, también sucedió algo que luego sabría que me marcaría por siempre, lo lamento; pero en eso no entraré porque aún siento asco de mi misma y de la reacción de mi madre. Sólo diré que no lo merecía, muy en contra de lo que mi madre me dijo a mis cortos diez años de vida.

Los once, doce, trece y catorce fueron más de lo mismo, por lo que relevantes en mi vida no son; más golpes, más retos, más castigos, más "tú puedes más" porque si me sacaba un 6, podría haber sido un 6.5; si llegaba un 6.5, podía ser un 7; si llegaba al 7... era mi obligación. Muy lindo todo, ah.

Llegué a los quince sintiéndome de la peor forma posible conmigo misma. Estaba gorda, en el colegio las palabras de odio eran recurrentes por mis altas notas y pesar 20 kilos más de lo que la más delgada pesaba, la vida en mi casa iba más mierda que de costumbre y mis escasos amigos ya habían sucumbido ante los comentarios de mí que el resto gritaba.

Así fue, en una mezcla de una parte abandonada, noventa y nueve partes de crueldad colectiva, que llegué a lo que hoy llamamos "depresión". Claro, en ese entonces no quería pasar por más terapias, por más psicólogos que me dijeran que todo iba a estar bien cuando sabía que no lo estaría, así que, para variar un poco, las noches enteras llorando sin parar se hicieron diarias y recurrentes.

Cada vez era más común para mi explotar enfrente de todos en cualquier momento, cuán granada lanzada en plena guerra. Fue entonces cuando descubrí una nueva forma de dejar ir mis momentos de dolor, haciendolo real, fue entonces cuando las navajas, espejos, cuchillas y tijeras se convirtieron en mis mejores amigas, incluso hasta el día de hoy aún lo son, aún cuando no las haya tocado en mucho tiempo, se que estarán para mi si algún día las necesito.

La gente comete el error más grande de sus vidas cuando critica a alguien que se auto-flagela de forma reiterada, pues no es cuestión de querer suicidarse sino de hacer del dolor que sentimos algo tangible y real.

Así fue hasta que mi madre me pilló en un evento bastante desafortunado en el que me encontraba enrollando por enésima vez las vendas en mi antebrazo. Fue ese día en que empecé una cruel terapia psicoanalitica rellena de pastillas que sólo me hicieron engordar más y más hasta inflarme como pelota.

Digamos que mi madre no recuerda nada de esto, ni idea porqué.

Así llegamos hasta los dieciséis cuando tuve que salir de casa a vivir con mi papá. Digamos que el cambio fue bueno, conocí nuevas personas y entré a un curso en el cual ser inteligente y sacar buenas notas te hacía ser mejor que el resto, un curso en el cual a nadie le importaba como fueras por fuera, sino que importaba "el cómo eras con los demás".

Hasta el día de hoy, pienso que ese curso ha sido lejos el mejor en el que he estado, haciendo de mis últimos dos años de colegiatura los mejores de mi vida. No porque me fuera mejor en las notas que antes, sino porque me sentía aceptada.

Desde ese año, hasta el año pasado, la depresión estuvo en las sombras, aún seguía recurriendo a mis viejas amigas, pero con menor frecuencia de la habitual, ya no eran tan necesarias en mi vida por lo que ilusamente pensé que mi compañera llamada depresión se había ido para siempre.

Primer error: Creer que estás bien cuando no lo estás.

Llegamos a mis veinti tantos años, cuando mi compañera de la vida volvió a mi lado con más fuerza que antes, haciendo que mis días fueran tan pesados que ni siquiera tenía ánimos de salir de casa, me la pasaba durmiendo, comiendo y escribiendo. Llevaba esa clase de vida, ni siquiera estudiaba.

Llegué a tal punto de auto-destrucción que rasgaba mi piel sólo por costumbre, una muy idiota, aunque placentera costumbre.

Después de leer todo este discurso de auto-referencia máximo, se preguntarán ¿Cómo estoy ahora?

La respuesta es bastante sencilla, pero muy compleja también.

Hace un año que estoy en terapia con el mejor psicólogo que he tenido en mi vida, luego de que un evento bastante desafortunado me haya llevado casi hasta el límite.

¿Cómo estoy?

Flotando por la vida, sin ser capaz de hundirme y buscando la forma de llegar a la orilla sana y salva. Sé que eventualmente llegará el día en que esté en paz conmigo misma, pero a veces creo que si ese día llega, ya no seré yo misma. De una u otra forma, me gusta cómo soy.

El sentimiento de no ser suficiente perdura en el tiempo y el querer complacer al resto también. Al igual que las ganas casi estúpidas de tener la aprobación de todo el que me rodea en cada cosa que hago. También perduran en el tiempo los recuerdos. No pretendo borrarlos, sino que aceptarlos así puedo seguir con mi vida o al menos, vivirla con tranquilidad. Me niego a pasar los próximos 50 años de mi vida, torturandome con cosas que pasaron hace años, por muy fuertes y traumaticas que hayan sido.

Dentro de todo, sé que esto va a detenerse pero ¿Quieren que sea sincera? Tengo miedo de que se detenga. ¿Quién voy a ser cuando esté "bien"? Eso es en lo único que pienso.

Con esto que leyeron, no busco llamar la atención ni nada, sólo sentí la necesidad de tirarlo todo fuera; quizás prontamente entre en más detalles sobre mi querida amiga, pero más adelante; esto me ha secado las neuronas y tampoco quiero exponerme más. La vulnerabilidad no es lo mío.

De hecho, hasta este momento sigo dudando si borrar todo esto o no.